PROFECÍA INDIA Sólo después de que el último árbol sea cortado. Sólo después de que el último río sea envenenado. Sólo después de que el último pez sea apresado. Sólo entonces sabrás que el dinero no se puede comer.

lunes, 12 de diciembre de 2011

ANA MARÍA MANCEDA PRESENTÓ SU NOVELA “LA NOCHE DE LA FLOR DEL CACTUS” EN LA 5º FERIA REGIONAL DEL LIBRO DE SAN MARTÍN DE LOS ANDES. SEPTIEMBRE 2011.


ANA MARÍA MANCEDA PRESENTÓ SU NOVELA

LA NOCHE DE LA FLOR DEL CACTUS” EN LA 5º FERIA REGIONAL DEL LIBRO DE SAN MARTÍN DE LOS ANDES. SEPTIEMBRE 2011.






Román Sabatier es arqueólogo. Nacido y  criado en la zona de La Vega de San Martín de Los Andes junto a su familia y a un viejo mapuche, Abel Furiman, aprende a amar la historia natural que transmite la geografía de esta región patagónica. Ya recibido y siendo profesor e investigador de la facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata estallará en su vida un juego trágico del destino. Los acontecimientos familiares estarán entretejidos entre la ciudad de La Plata, San Martín de Los Andes y  las vicisitudes políticas de la Argentina de 1973- 1974; juventud, nostalgia, utopías, amores, amigos, discípulos, familia, arqueología, ecología, estarán inmersos en los años de una década que determinó la vida de los argentinos sin concesiones.  
                                                  






ASÍ COMIENZA LA NOVELA:

ROMAN.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          .          Tenía que regresar. Y  sí, lo haría,  siempre lo supo. Era la tierra  de sus viejos, sus piedras, sus bosques y lagos. Regresaría con lo nuevo, sus hijos, la línea del horizonte, el río más ancho, la humedad y nuevos olores en el alma. La aguja de su angustia apunta hacia el sur, maldita nostalgia, de nuevo al acecho, aleteando parásita. Todo comenzó con la muerte de  Pedro, su pequeño hermano, asesinado hace tres años, allá, en la Patagonia. La familia  quedó destrozada, en una dimensión  donde la tristeza se burla del espacio y el tiempo mortales. El nacimiento de sus hijos  mellizos, ese mismo año, palió la tragedia. ¡Pedro! sus visitas a La Plata, recordó su expresión de alegría y su excitación por conocerlo todo. Solían pasear por la zona de  La Catedral en la infinitud de La Plaza Moreno « Román ¿Ahí vive Dios?»su curiosidad  mística lo enternecía. Siguió caminando, quiso sacudir su tristeza y meterse en el otoño de la ciudad  que se va vistiendo de oro.  Caminar por las calles de La Plata era siempre una aventura que le causaba una sensación de felicidad. Recordaba  cuando recién llegado se metía por una de sus diagonales e iba a parar a cualquier lugar, la desesperación lo divertía. Aún  no dominaba el trazado moderno, de vanguardia, pero estaba seguro que si le taparan los ojos y tuviera que reconocer los lugares por sus olores reconocería  a esta ciudad sobre todas las demás. Según la época sus calles huelen a tilos, a azahares de los naranjos y si el viento sopla del sudeste, se siente el olor del Río De La Plata, león apresado entre la tierra y el mar. En los ámbitos estudiantiles no cesaba la pasión por la discusión  política, literaria, filosófica. Esta atmósfera lo hacía vibrar, pasaron muchos años desde que había logrado finalizar su carrera o en realidad comenzarla y formar su propia familia, muy lejos quedaban sus raíces patagónicas.  Los pequeños estarían almorzando junto a su madre, luces en la vida de Román, las imágenes de Romina y Luciano hicieron brillar ese  día otoñal.  Cabizbajo recogió del suelo una pequeña pluma blanca, siempre lo hacía, le encantaban las plumas níveas que luego guardaba entre los libros, buenos augurios, los necesitaba, pronto cumpliría veintinueve años y le parecía haber vivido medio siglo. No se consideraba supersticioso, pero su profesión de arqueólogo y su niñez junto  al viejo mapuche Abel Furiman  provocaron en él cierta sensibilidad a los símbolos o señales. En uno de sus viajes de campaña al Noroeste, a comienzos de la década de los setenta, tuvo en sus manos una piedra tallada con figuras zoo-antropomórficas  cabeza de hombre y  cuerpo de llama ─, recordó la impresión que sintió al acariciarla,  como si fuera un presagio,  un vacío, una sombra que se mueve dentro de la historia de su cuerpo.     


              Ya estaba cerca del  Comedor Estudiantil, ahí se  encontraría con gente del Museo, luego de las dos de la tarde tenía clases de trabajos prácticos en la Facultad.  Al llegar reconoció el paisaje de siempre; sobre las escaleras de entrada al Comedor se encontraba un grupo de estudiantes que rodeaba a un orador, éste se despachaba apasionado, en esos días Cámpora asumiría el poder, había esperanzas que las tinieblas se alejaran luego de tantos años de gobiernos autoritarios. Anhelaba que no fuera un espejismo, otros grupos charlaban sobre sus asuntos académicos. Ahí estaba el atorrante de Victorio.


─Victorio, vení, tengo novedades, dale.


Victorio dejó riendo a sus casuales compañeros, siempre era el centro, traía consigo un bagaje pesado de cuentos e ironías patagónicas, esencia típica de los nacidos y criados de su pueblo. Luego del abrazo los amigos entraron a comer, Victorio era menor que Román, le faltaban pocas materias para recibirse de Abogado, pero su carácter extrovertido, carismático, hacía  que las horas diarias no le alcanzaran para estudiar lo suficiente, Inés, su novia casi desde la niñez y hermana de Román, había comenzado la carrera de abogacía mucho tiempodespués, pero estaba a punto de alcanzarlo. Román y Victorio  se sentían hermanados por su origen, sus vidas, más  ligadas aún de lo que ellos  imaginaran…